Los sábados de julio en Niceto club se celebraron las 4 misas para la juventud bienaventurada a cargo de El Mató a un Policía Motorizado.

El 30 iba a ser mi bautismo. Los bautismos son celebración. La ansiedad de la celebración en vivo. Llegue a la hora que había que llegar y no había más localidades ósea que no era la hora a la que debía llegar. Muerte. Neurosis. Barrio Palermo vive y habla, un amigo me consigue una entrada. Todo era algodón de azúcar hasta que empecé a ver chicos que estaban siendo rebotados, tenías que tener un plástico que te acredite o por lo menos aparentar la mayoría de edad. Nunca ando con credenciales, es mi mayor comunismo. Pero me había afeitado hace 6 días, si no mostraba emoción por ahí al patova lo conmovía.
Entré. Estaban terminando los 107 Faunos. Me prendí un cigarrillo y encare para el costado, por el pasillo de los baños, ya estaba rebalsando de gente. Me logre acomodar y de lo efervecido, me empecé a reír solo. Se corta la música y empiezan a sonar las guitarras de un western de Sergio Leone. Yo mire a un flaco y le dije “que buena manera de arrancar un show”. Me miro y no me contesto, quizá era su show número 12 y ya no le conmovía lo cinematográfico o quizá no sabía que decir.

Apenas entraron me fui para el medio, lo más cerca que pude, a una persona de la valla. Todos sonreían, todos saltábamos como infinito. Un clima festivo hecho circulo virtuoso. Felicidad así, hasta que se metieron por un rato. Me compre un agua y volví por el mismo pasillo de la primera vez, esta vez mas estallado que cuando arranco hacía una hora y media. Me acomodé en el costado para disfrutar la última media hora. Esta vez con más perspectiva que la de tener al Señor Santiago y sus cardenales enfrente. Un sujeto grande y pelado de camisa rosa, que podía ser un turista ingles sacaba fotos con su celular, y el que parecía ser el novio disfrutaba de haber acertado en el plan de sábado. “Formemos una banda de rock and roll” le partió el corazón al pibe que tenía al lado mío y levanto los brazos para aplaudir el salmo. El chico al que le comente las guitarras de Leone al principio, seguía ahí, pero ahora se daba vuelta cantando “chica rutera”, había encontrado la felicidad. Lo lindo de la poesía es que la podemos atribuir de cualquier subjetividad. Cuando tenes a una piba en la cabeza, quizá solo se va los fines de semana a lo de sus viejos, pero es tu “chica rutera”. Una misa de la alegría y coros de poesía indie. Cantando arriba, abajo, detrás del árbol. Nos prendimos fuego. Todos.
Fotos por Matías Casal.